La Comunidad de Madrid ha anunciado que eliminará el uso individual de dispositivos digitales en los colegios. La medida, que se presenta como una estrategia para mejorar la calidad educativa, ha generado un intenso debate sobre su viabilidad y fundamentación pedagógica. Algunos sectores consideran que esta medida ayudará a reducir los riesgos asociados al uso excesivo e inadecuado de las pantallas. Sin embargo, como docente y especialista en tecnología educativa, considero que esta medida no resuelve los problemas reales de la integración digital en las aulas.
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La Comunidad de Madrid anuncia la eliminación del uso individual de dispositivos digitales en las aulas
La Comunidad de Madrid argumenta que el uso extendido de la tecnología en las aulas no ha mostrado beneficios claros en los resultados académicos y que es necesario limitar su presencia para fomentar otras formas de aprendizaje. Según el comunicado oficial, se busca priorizar el uso de materiales impresos, la escritura a mano y la exposición oral, con el objetivo de fortalecer competencias tradicionales que, según indican, se estarían debilitando.
Uno de los puntos clave de la propuesta es la prohibición del uso individual de dispositivos digitales. En su lugar, la normativa permite el uso compartido de dispositivos entre dos o más estudiantes, siempre con una finalidad pedagógica y bajo supervisión docente. Además, establece limitaciones de tiempo según la etapa educativa, restringiendo su uso a una hora semanal en Infantil y los primeros cursos de Primaria, aumentando progresivamente hasta un máximo de dos horas en los últimos cursos de Primaria. La utilización de pizarras digitales y otros dispositivos colectivos no estará afectada por esta regulación.
Partiendo de que la supervisión docente y la finalidad pedagógica son premisas básicas que deberían darse por sentadas en cualquier uso tecnológico dentro del aula, considero que la clave del debate no debería centrarse en si los dispositivos son individuales o compartidos, sino en cómo se están utilizando.
La calidad del aprendizaje no depende de la mera presencia o ausencia de tecnología, sino del diseño de experiencias educativas que favorezcan la construcción del conocimiento y el desarrollo de competencias. Por lo tanto, no se trata de decidir si la tecnología debe estar o no en el aula, sino de cómo integrarla de manera efectiva para enriquecer el proceso educativo. Reducir su uso sin abordar la calidad de su implementación es una respuesta simplificada a un desafío complejo. La cuestión no es limitar el tiempo de uso de pantallas o evitar dispositivos individuales, sino asegurar que el uso responda a un enfoque pedagógico que promueva el pensamiento crítico, la creatividad y el aprendizaje activo.
Uno de los factores más determinantes en la integración efectiva de la tecnología en el aula es la formación del profesorado. No basta con decidir si los dispositivos deben ser individuales o compartidos, sino que es imprescindible que los docentes cuenten con estrategias y conocimientos adecuados para utilizarlos de manera pedagógica y significativa. Si un profesor no ha recibido formación en metodologías activas con tecnología, la simple presencia de un dispositivo digital en clase no aportará valor al aprendizaje. En lugar de restringir su uso, el foco debería estar en capacitar a los docentes para integrar la tecnología de manera crítica y reflexiva, asegurando que contribuya al desarrollo de competencias esenciales.
El debate sobre la tecnología en la educación no debería reducirse a un “sí o no” a las pantallas
En mi opinión, esta medida no es una solución real a los desafíos de la educación digital. Más que prohibir el uso individual de dispositivos, deberíamos estar debatiendo sobre cómo mejorar la formación del profesorado, cómo diseñar estrategias efectivas de integración tecnológica y cómo garantizar que los estudiantes desarrollen competencias digitales críticas y funcionales para su futuro.
El debate sobre la tecnología en la educación no debería reducirse a un “sí o no” a las pantallas. Deberíamos preguntarnos: ¿cómo podemos hacer que la tecnología sume realmente al aprendizaje? La respuesta no está en las prohibiciones, sino en el desarrollo de un modelo educativo donde la digitalización se use de manera reflexiva, planificada y basada en evidencias. Si no abordamos el problema desde su raíz, lo único que conseguiremos es un titular llamativo, pero ningún beneficio real para los estudiantes.